(Artículo publicado en Gaceta Sindical (reflexión y debate) no. 35, Dic. 2020)
«Considerad que cada idea nueva, no contrarrestada por otra nacida entre nosotros, es un eslabón más de nuestra servidumbre mental, es una contribución que deberemos pagar en oro».
S. RAMÓN Y CAJAL
Permítanme que empiece por darle un pequeño giro al título del artículo: ¿Verdaderamente la pandemia nos ha enseñado algo sobre la investigación e innovación que no supiéramos? Me atrevería a responder con un contundente no, al menos para las personas que nos movemos en los ámbitos cercanos a ambas actividades. Quizás ha puesto más de manifiesto sus problemas. Y es que el diagnóstico de nuestro sistema de Ciencia, Tecnología e Innovación está hecho desde hace muchos años, pero el tratamiento para sus dolencias ha seguido sin aplicarse. Así, preparando estas páginas me he encontrado declaraciones y entrevistas de 2012 o 2013, como presidente de la COSCE y promotor de la Carta por la Ciencia, que son, todavía, plenamente vigentes hoy día. Con una diferencia nada desdeñable: han pasado más de 7 años, de modo que lo que entonces podía ser rectificable, como un árbol al que se pone una guía para mejorar su crecimiento, hoy es ya difícilmente encauzable y lo que entonces era urgente, hoy es, al menos en algunos casos, irrecuperable. No obstante, hay también algunos signos esperanzadores que comentaremos más abajo y que esperemos que se consoliden en el futuro cercano.
La crisis del COVID-19 ha puesto de manifiesto, con toda crudeza, la relevancia de la Ciencia en el mundo actual, tal y como refleja su reivindicación en los discursos de nuestros políticos. Seguramente nunca ha estado tan presente en boca de nuestros dirigentes, a quienes escuchamos de forma reiterada: “hagamos caso a la Ciencia”, “escuchemos a los científicos”, “las evidencias científicas nos indican que “, etc. El gran reto para nuestro país es que estas declaraciones de aprecio a la Ciencia no se queden en alusiones circunstanciales a modo de herramientas políticas y apoyatura para las medidas a adoptar (que las evidencias científicas revisten de un valor de verdad incuestionable) y que este aparente enamoramiento actual se convierta en una relación sólida construida sobre sobre el respeto y la libertad, que permita el crecimiento y desarrollo pleno de la Ciencia y el compromiso de ésta con la sociedad. En nuestros oídos resuenan aun los aplausos y elogios a nuestros sanitarios que, sin embargo, no se han traducido en una atención adecuada a las perentorias necesidades del sistema de salud. Así, tan solo unos pocos meses después de aquellos, estamos viviendo de nuevo escenas que, si bien entonces eran imprevisibles ahora habían sido predichas y anunciadas, precisamente por los científicos.
En definitiva, la COVID-19 ha puesto, de nuevo, ante nuestros ojos la importancia de la Ciencia en la sociedad actual. No está de más recordar, una vez más, que el conocimiento científico, con la tecnología y la innovación derivadas del mismo, están produciendo cambios extraordinarios en nuestro modo de vida, que afectan directamente tanto a nuestro bienestar físico (salud, movilidad, conectividad, etc.) como a nuestro modelo social (formas de organización, tipología de puestos de trabajo, ocio, cultura, …), algo que va a acentuarse en el futuro. Porque, con ser dramática la situación que estamos padeciendo, desgraciadamente no será el único, ni seguramente el más complejo de los desafíos a los que debamos enfrentarnos – junto con todas las repercusiones sociales que acarreen en los próximos años: cambio climático, pobreza, catástrofes naturales, hambrunas, necesidad de fuentes alternativas de energía, nuevas pandemias, desarrollo de la inteligencia artificial, etc.,. Y la única respuesta viable y aceptable (también en el sentido de ser aceptada por los ciudadanos) vendrá del Conocimiento y la Ciencia. Por ello, los países más tecnologizados, desde Alemania a Corea del Sur, vienen desarrollando, desde hace décadas, políticas públicas de apoyo a la Ciencia y la Innovación que se han mantenido aun en los peores momentos de crisis.
Por eso es importante, en primer lugar, hacer una reflexión profunda sobre el peso, el estatus y el rol social que se quiere dar a la Ciencia y el Conocimiento en la estructura de nuestro país. Porque seguramente podría haber quienes aun piensen que el “que inventen ellos” sea una opción viable, o en lo innecesario (e ineficiente por costoso) de mantener un sistema científico sólido y competente a nivel internacional, en un mundo cada vez más global, en particular en el Conocimiento. A ellos va dedicada la cita de Ramón y Cajal que encabeza este texto y espero que después de la dramática experiencia que estamos viviendo, se disipen ya todas las dudas acerca, no ya de la pertinencia, sino de la exigencia de contar con un sólido sistema de Ciencia, Investigación e Innovación y demos los pasos adecuados para lograrlo. La COVID-19 ha puesto en evidencia la necesidad de contar con científicos que ayuden a anticipar, prevenir y tratar estas situaciones (que como se ha señalado, no serán las únicas). Personas con una formación técnica capaz de analizar los fenómenos, de proponer las respuestas más adecuadas y de desarrollar las investigaciones pertinentes para ello. Y, simultáneamente, también ha dejado al descubierto las costuras y debilidades de nuestro sistema de Ciencia y más globalmente de nuestro sistema productivo. Por eso merece la pena señalar algunas de las enseñanzas que esta pandemia, a modo de espejo nos está mostrando o recordando.
El Conocimiento no se improvisa.
Hay que sembrar, regar, abonar y esperar para recoger. En Ciencia no hay resultados mágicos. Ciertamente, puede haber fenómenos excepcionales, como por ejemplo Ramón y Cajal, pero son eso, excepciones que no constituyen, ni pueden sustituir a un sistema de Ciencia, Investigación e Innovación sólido y estable[*]. Si no hay una preparación previa no puede haber cosecha. Y aun así hay que saber que hay años mejores y peores: de copiosos resultados o de producción limitada e incluso arruinada por las inclemencias. Del mismo modo, hay que saber que cada planta (léase disciplina) necesita su tiempo y condiciones: algunas germinan y brotan rápidamente; otras se asemejan más al bambú: permanecen soterradas varios años para crecer después rápida y espectacularmente. En Ciencia, más aún que en otros ámbitos, el futuro es (y se define) ayer. Los países hoy punteros en Ciencia son los que tomaron las medidas adecuadas hace años. Estas son, en mi opinión, algunas de las imprescindibles:
a) Necesitamos las mejores cabezas y las mejores manos. Y sólo las conseguiremos si hacemos un sistema atractivo en todos sus niveles: para que los más jóvenes puedan ver en él un futuro profesional estable y digno, que sea compatible con el desarrollo de su proyecto personal. No se puede perseguir la excelencia sin poner los medios para ello y conviene recordar que la edad media actual de consecución de una vinculación permanente, tanto en las Universidades como en los Centros de Investigación, ronda los 40 años y que se hace con condiciones salariales más que discretas. ¿Podemos así captar y retener a los jóvenes más capacitados?
Necesitamos, además, un sistema que sea permeable, que permita entradas y salidas del mismo y que sea atractivo, también, para la incorporación, en etapas más avanzadas, de personas procedentes de otros ámbitos, centros y países, para lo que hace falta ofrecer, al menos, unas condiciones equiparables a las de sus sitios de procedencia. Y no siempre, necesariamente, todo es dinero: talento llama a talento y una vez cubierto un determinado nivel de bienestar, lo que más atrae a los investigadores es la posibilidad de aprender de sus colegas y poder desarrollar su investigación en libertad y buenas condiciones. En los últimos años muchos científicos jóvenes y muy cualificados han emigrado forzados por la situación y en contra de su deseo, con lo que ello supone, también, de pérdida de la inversión de dinero público que se ha hecho en su formación, que es aprovechada por otros países. Tenemos que frenar esta sangría de recursos y talento que nos hace perder competitividad.
b) Necesitamos mejorar la gestión de la investigación. En dos direcciones simultáneas: dotando de personal técnico cualificado para ello, que libere a los investigadores del papeleo que actualmente les consume cantidades ingentes de tiempo, y, también, simplificando los procesos de gestión. Sobre lo primero, urge la creación de puestos específicos de gestores de proyectos de investigación, máxime cuando estos se van haciendo más y más complejos e internacionales. Hasta ahora, cada grupo ha ido tapando ese hueco como ha podido: los que han contado con recursos suficientes para ello, contratando a personas, muchas veces a tiempo parcial, y con la dificultad de que el gasto correspondiente no siempre es “elegible” (esto es, aceptado como gasto financiable) en la ejecución de los proyectos. Es una solución claramente ineficiente y la cuestión debe abordarse a nivel institucional, abriendo, con ello un campo de empleo en el que personas con experiencia científica previa, posiblemente entrarían encantadas. Sobre lo segundo, los procesos de gestión de la investigación, dos palabras pueden resumir, en gran medida, lo que se necesita: simplificación y regularidad.
Regularidad en las diferentes convocatorias y en sus plazos de resolución. Es una medida que no cuesta más dinero (al contrario, hasta puede ahorrar), tan solo es cuestión de planificación y de convertir estos procesos en algo ordinario a resguardo de vaivenes políticos. Porque solo así es posible una planificación ordenada tanto para la ejecución de los proyectos, para la disponibilidad de los fondos y para la contratación de las personas que dependen de ellos. Citemos algunos ejemplos recientes: la convocatoria de ayudas complementarias del programa de Formación del Personal Universitario de 2019 para estancias en centros extranjeros ha desaparecido, pasándose directamente de la 2018 a la 2020. La resolución de la concesión de los proyectos de investigación de la convocatoria de 2018 se publicó el 28 de agosto de 2019, con efectos retroactivos del 1 de enero del mismo año. La convocatoria de 2019 se hizo en septiembre de 2019 y la resolución definitiva se publicó el 1 de septiembre de este año, con efectos de inicio de los proyectos 1 de Junio de 2020. En uno u otro caso, ¿cómo se financia la investigación del primer semestre el año? La convocatoria correspondiente a 2020 aun no ha aparecido, aparentemente para poder contar con la ampliación de crédito en 50 millones de euros aprobada por el Consejo de Ministros del pasado 29 de Septiembre, pero estamos ya a mediados de octubre.
Simplificación para que la gestión de los proyectos y de los gastos en investigación sea más rápida, sencilla y eficiente, evitando el fárrago actual que se ha visto agravado desde la aplicación de la Ley 9/2017 de Contratos del Sector Público (LCSP), cuya inadecuación al desarrollo de los proyectos de investigación quedó patente nada más nacer, habiendo sido ya objeto de varios remiendos, como la elevación de la cuantía para los contratos menores o la reciente modificación del artículo 118 que los regula. Una simplificación que tiene que basarse, necesariamente, en la confianza en el investigador, que es el primer interesado en que el proyecto vaya bien y en que cada euro se rentabilice al máximo. Porque la financiación no sobra sino todo lo contrario; porque el investigador se juega no solo su futuro (la posibilidad de tener más proyectos), sino el de las personas que colaboran con él. No puede ser que las normas específicas de gestión económica de los proyectos cambien continuamente, de modo que, lo que era un gasto elegible en el año 1, no lo sea en el año 2, con la obligación de devolver el importe correspondiente, más los intereses de demora, durante el proceso de justificación. Un proceso que, por cierto, está ‘externalizado’, siendo realizado por agentes ajenos a la administración, que desconocen la especificidad de la gestión de la investigación y que se realiza varios años después de la finalización del proyecto (actualmente se están haciendo los de la convocatoria de 2010), lo que obliga a los investigadores, Universidades y OPIS a reavivar todas las facturas y (volver a) explicar el porqué de cada gasto, con el consiguiente consumo de tiempo y energía para todos que ello supone.
c) Necesitamos más recursos económicos, una inversión suficiente y sostenida en el tiempo, hasta alcanzar el nivel que estratégicamente decidamos como país. Ni siquiera mencionaré una cifra, pero deberíamos llegar, al menos, a duplicar nuestro esfuerzo actual en I+D. Basta mirar a los países de nuestro alrededor y comparar. Es realmente sonrojante y desmoralizante (y al mismo tiempo revelador de lo que ha supuesto la I+D en las prioridades de nuestro país) comprobar que ya en 2013 el colectivo Carta por la Ciencia clamábamos contra la situación porque la inversión en I+D había caído hasta el 1,3% del PIB. Hoy, en 2020, superada ya la crisis, estamos en el … 1,2%, ¡y no pasa nada! ¡A pesar de que el objetivo de llegar al 2% en 2020 aparecía, negro sobre blanco, en numerosos documentos oficiales y de que, entre tanto, la media europea supera ya con creces ese 2%!.
Conviene aquí recordar que el problema no es solo de inversión pública sino, principalmente, de inversión privada en I+D. Mientras que en otros países europeos la inversión privada supone entre un 60 y un 75% del gasto total en I+D, en España apenas llega al 50%, habiendo superado a la inversión pública sólo en el último año y no tanto por mérito propio como porque ésta no ha crecido al ritmo deseado. Este dato – el volumen de inversión privada en I+D – constituye, sin duda, una buena radiografía del modelo productivo que tenemos y de la ingente tarea que supondrá su cambio hacia una economía realmente basada en el Conocimiento y la Tecnología. Un cambio que no podrá hacerse (y a la historia me remito, basta con ver los datos y resultados), si no va acompañado, en paralelo, de una apuesta por la Investigación y la Educación Superior, que permita crear ecosistemas propicios para la Innovación.
Siendo verdad que el déficit en I+D en nuestro sector privado es clamoroso, cobra aun mayor protagonismo el papel del Estado como motor para aumentar el impacto de este sector en nuestra economía y futuro. Pero, desafortunadamente, hasta ahora, esta fuerza motriz no ha funcionado a la velocidad requerida. Si aceptamos que los Presupuestos son el reflejo de las prioridades políticas de los Gobiernos, hay que señalar que, por un lado, las cantidades en la PG-46 (la partida que aglutina la inversión en I+D) en los Presupuestos Generales del Estado no ha recuperado aun las cifras de 2010 (¿una década perdida?), a pesar de los tímidos aumentos de los últimos años. Por otro lado, el peso porcentual de la PG-46 dentro de los PGE tampoco ha aumentado en los últimos años, siendo sensiblemente inferior al que tenían antes de la crisis, como indica la gráfica que se incluye, extraída del informe anual de la COSCE sobre los presupuestos generales del estado en I+D.
Pero es que, además, la propia estructura del presupuesto de la PG-46 es engañosa, ya que se compone de dos tipos de fondos: los no financieros, esto es, las subvenciones para los distintas actuaciones y organismos (convocatorias de Investigación, de personal investigador, presupuestos de los OPIS, etc.) y los financieros, esto es, préstamos para el desarrollo de distintas actividades que posteriormente hay que devolver. Esta segunda partida es sensiblemente mayor que la primera, a pesar de que las Universidades y los OPIS no pueden acceder a ella y de que, sistemáticamente, solo se ejecuta menos de la cuarta parte de su dotación. La evolución de ambas partidas puede verse en la segunda gráfica, también tomada del informe anual de la COSCE de 2019.

Resumiendo, en términos reales, el presupuesto público para I+D es muy inferior al total de lo que PG-46 refleja, pues más de la mitad de lo allí consignado queda sin ejecutar. A pesar de lo descrito, terminaré este apartado con una llamada a la esperanza: el Gobierno ha presentado hace unos meses el Plan de choque para la Ciencia y la Innovación, articulado en 17 medidas, que prevé la inyección de más de 1000 millones de euros en el sistema de I+D+i en 2020 y 2021 y que (en palabras del propio Plan) “serán complementados en los próximos cuatro años, 2021-2024, con importantes recursos provenientes del Fondo de Recuperación Europeo”. Sin duda es una iniciativa a destacar (la ampliación de gasto mencionada para la convocatoria de proyectos de 2020 aun no nata, se inscribe dentro de ella), pero conviene recordar que, como hemos señalado, la inversión debe ser sostenida en el tiempo y que 2020 está ya en sus postrimerías a efectos de ejecución de nuevas medidas.
El Conocimiento es multidisciplinar: reforcemos las Universidades
La pandemia nos ha enseñado, también, que los problemas a los que la sociedad debe enfrentarse tienen múltiples caras y necesitan el concurso de muchas disciplinas: biomedicina, economía, derecho, matemáticas, física, sociología, ingeniería, política, inteligencia artificial, etc., y que sólo con el concurso de todas será posible seguir avanzando. Porque además del propio fenómeno sanitario y biológico, a los efectos en la salud, les acompañan y suceden grandes efectos sociales: en el empleo, la economía, la quiebra de confianza en las instituciones y en la política, … que también hay que tratar, entender y con los que hay que contar a la hora de afrontar la recuperación, máxime, si lo que pretendemos y creo que, a mi juicio, es imprescindible, es un cambio en nuestro modelo productivo.
Necesitamos, pues, la coordinación y colaboración entre disciplinas, equipos, organismos e instituciones, tanto a nivel nacional y internacional. Necesitamos vincular la investigación y la innovación a la formación de nuestros jóvenes. Y por ello creo que es fundamental dar más protagonismo a las instituciones que tienen ya, dentro de sí, esa pluralidad y pueden (y deben) transmitírsela a los jóvenes, por ejemplo incorporándolos a proyectos de investigación o del doctorado. Me refiero a las Universidades.
En los últimos años hemos vivido un proceso de alejamiento de la investigación de los departamentos universitarios que hay que corregir antes de que sus efectos sean desastrosos. Hemos asistido a la creación de numerosos centros de investigación de excelencia alejados de la Universidad. Hemos visto nacer iniciativas aplaudidas y de éxito, como ICREA o Ikerbasque, que montan estructuras de investigación paralelas (y no siempre en simbiosis) a las Universidades. Si se hace un análisis de los resultados de las últimas convocatorias de los Planes Nacionales de Investigación se observará cómo cada año hay más proyectos que van a parar a los grupos que están en estos centros de investigación, en detrimento de los que están en las universidades. Se dirá que es pura concurrencia competitiva, pero para competir debe haber igualdad de condiciones. Con la excusa de primar la excelencia se ha apostado por financiar el vértice de la pirámide investigadora, dejando a la intemperie a la base que la sustenta y que tiene la capacidad de formar y alimentar vocaciones. Naturalmente que la cúspide es fundamental, es lo que se ve desde la distancia, lo que nos sirve para orientarnos, lo que atrae e inspira a los visitantes, pero sin una sólida y nutrida base, aquélla está condenada al desmoronamiento.
Desde hace algún tiempo se ha venido lanzando el mensaje de que la Universidad no es un entorno adecuado para hacer investigación de calidad, a pesar de que los datos indican que cerca del 70% de las publicaciones científicas se realizan desde la Universidad. En lugar de favorecer entornos amables para los investigadores y su implicación en la docencia, posiciones híbridas, se ha trabajado en sentido contrario, expoliando a las Universidades sus mejores profesores-investigadores, que saltan de la Universidad a estos Centros para dedicarse íntegramente a la investigación. Y con ello, la tarea docente recae en los que quedan, que a su vez ven mermado su tiempo y disponibilidad para hacer investigación, entrando así en un círculo vicioso. Todo lo anterior sin mencionar que en el último decenio la financiación de las universidades ha disminuido un 20%, a pesar de lo cual ha seguido manteniéndose a un más que digno nivel internacional.
Por supuesto que la Universidad necesita hacer muchos cambios: hay que diseñar estructuras más flexibles que permitan la movilidad (de ida y vuelta) de investigadores entre ella, los centros de investigación y el tejido empresarial comprometido en la I+D; hay que lograr que sean auténticos centros de dinamización de la economía local basada en el conocimiento y la innovación; hay que incorporar la investigación al elaborar sus presupuestos y sus plantillas; hay que revisar los títulos ofrecidos y hacer itinerarios más abiertos e incorporar la formación dual; hay que simplificar la toma de decisiones de los distintos órganos de gobierno para ganar en agilidad; etc. Pero, indiscutiblemente, tienen que jugar un papel fundamental en la transformación y el desarrollo del país, o éste no llegará. Es necesario apoyar e impulsar nuestras Universidades como grandes centros de investigación y pensamiento, incorporando a los estudiantes a estas tareas e invirtiendo la tendencia descrita y experimentada últimamente. Sin ellas los centros de excelencia languidecerán por falta de una masa crítica de investigadores.
Conclusión
Vivimos momentos dolorosos, con mucho sufrimiento y numerosas víctimas y cada una de ellas es una tragedia, pero, al mismo tiempo, tenemos que ser conscientes de que, afortunadamente, la situación, hoy, está a años luz de las pandemias de siglos pasados, como la “gripe española”. Y ello se debe, esencialmente, a los avances científicos habidos desde entonces. El Conocimiento importa y salva vidas. Lo que esta vez ha sido imprevisible no puede volver a serlo y sabemos con seguridad que habrá retos muy difíciles en el futuro, que solo podremos afrontar desde el Conocimiento y debemos sentar, hoy, las bases para ello. En diciembre de 2019 el Colectivo Carta por la Ciencia llevamos al Parlamento lo que denominamos el “Acuerdo por la Ciencia”, un documento de mínimos que pudiera ser la base de un Pacto de Estado por la Ciencia y que fue suscrito por todos los grupos políticos con representación parlamentaria en aquel momento, a excepción del que entonces estaba en el Gobierno. Aquel Acuerdo contenía cuatro puntos:
a) planificación plurianual que permitiera recuperar los presupuestos en I+D de 2009;
b) eliminación de la tasa de reposición e incorporación de recursos humanos para converger al número de investigadores por habitante de la UE;
c) regularización de las convocatorias de investigación y sus resoluciones;
d) creación de la Agencia Estatal de Investigación (AEI) con la correspondiente encomienda de gestión y autonomía para su desarrollo.
Como se ve, no hemos avanzado mucho. La AEI es, ya, una realidad, pero funciona sin necesaria flexibilidad y autonomía. Pero no desfallecemos. Quizás ahora, una de las enseñanzas que nos deje la pandemia sea la necesidad de un Pacto de Estado por la Ciencia y el Conocimiento y la voluntad de todo el arco parlamentario para sustanciarlo. Parece difícil a la vista de la crispación política, pero estamos hablando de lo que todos invocan en sus discursos: Ciencia, Investigación, Conocimiento. Y nos jugamos el futuro, ni más, ni menos. Un futuro que en Ciencia empezó ayer. Ya vamos tarde.
[*] La redacción de este texto ha coincidido con la concesión del Nobel de Química a las investigadoras E. Charpentier y J. Doudna por el método CRISPR, dejando al margen a su descubridor, el investigador F. Mójica como ya ocurrió con los Premios Princesa de Asturias en 2015. Un ejemplo más de cómo nuestro sistema no saber recoger ni reconocer sus frutos, precisamente por excepcionales.